GENTES, COSTUMBRES, TRADICIONES, FOLKLORE, HISTORIAS, PATRIMONIOS Y PAISAJES DE LOS PUEBLOS DE ESPAÑA:
EN HOMENAJE A MI TIERRA Y A MI PAÍS....
(Sinopsis): RECORDAR TAMBIÉN ES VIVIR...
Por: JUAN E. PRADES BEL, autor del proyecto: “ESPIGOLANT CULTURA”: Taller de historia, memorias, crónicas, patrimonios y humanidades.
"AÑO 1872, EPISODIOS DE LAS GUERRAS CARLISTAS: REFLEXIONES DE UN CATÓLICO CARLISTA, CARTA ABIERTA”.
Escribe: JUAN EMILIO PRADES BEL. ("Las historias escritas que me acompañan, me ayudan a pensar, a imaginar, a vivir, y a experimentar un mundo de vidas muy diferentes a la mía". J.E.P.B.).
INTRODUCCIÓN: La tercera guerra carlista fue una guerra civil que tuvo lugar en España de 1872 a 1876, entre los partidarios de Carlos, duque de Madrid, pretendiente carlista al trono, y los gobiernos de Amadeo I, de la I República y de Alfonso XII.
EXPOSICIÓN DOCUMENTAL:
(Documento 1º, fechado en el año 1872):
CARTA AL DIRECTOR DE UN CATÓLICO-CARLISTA. La Esperanza (Madrid. 1844). 7/10/1872 . Correspondencia
particular de “La Esperanza”. Badajoz 2 de Octubre de 1872.
Sr.
Director de LA ESPERANZA Muy señor mío: Me tomo la libertad de dirigirme a V.,
no con otra idea que la de levantar también mi voz como católico-carlista, por
medio de su periódico, para que aumente siquiera en algo el eco de las mil y
mil que incesantemente resuenan poderosas por todas partes, lanzadas de
cristianos y españoles pechos en defensa y proclamación de nuestros más caros
intereses, y en protesta y condenación de la injusticia y la herejía que hoy pretende
perdernos y avasallarnos.
- Hace
tiempo que nuestro común enemigo el infierno, o sea el liberalismo, minaba
sordamente los cimientos de nuestras instituciones y creencias; aquellas
creencias e instituciones de fundación divina, únicas que representan la
justicia y la verdad; únicas que pueden conducir al hombre por el Camino del
bien, aliviar la humanidad de sus miserias naturales, mantener el equilibrio de
la sociedad y darla ilustración y brillo; únicas que pueden producir entusiasmo
en honrados pechos, dar laureles y glorias al guerrero y al sabio, levantar altos,
muy altos pendones de paz, consuelo y justicia para el mundo, y únicas, en fin,
que fueren siempre el orgullo y blasón de nuestros padres.
- Hace tiempo, repetimos, que esa secta, llamada liberalismo, que entraña todos los errores de que es capaz el entendimiento humano; que ejerce en sumo grado todos los vicios y pasiones que la culpa engendró en el hombre; que representa al infierno en su odio y aversión a Dios y a sus criaturas, en sus imaginaciones, en sus esfuerzos, en sus asechanzas y lazos por perder al hombre, estorbar los designios del Criador, y, si le fuera posible, destruir su obra, ha venido astuta y rateramente introduciéndose por todas las esferas, hasta que llegó un día en que, creyendo asegurado su triunfo, levantó osada su cabeza de serpiente escupiendo veneno y sacudiendo su cola sobre la sociedad. La revolución estalló, el infierno abrió sus puertas, los hipócritas y falsos arrojaron la máscara, los conjurados acudieron, y todos a una se lanzaron sobre nuestros bienes, sobre nuestros templos, sobre nuestras creencias, sobre nuestras leyes y costumbres, a las que ya tenían de antemano barrenados sus cimientos, y se hallaban en el aire sin sostén y sin apoyo.
- Y la revolución ganó terreno, se extendió como peste por todas partes invadiendo familias y pueblos, y traspasando límites y fronteras: derribó tronos, estableció Gobiernos, hizo prosélitos, se llevó tras de sí las muchedumbres, y le han rendido tributo hasta los monarcas y los sabios: ¡admirables conquistas han hecho en verdad!... ¿Y cómo no había de hacerlas, si halaga a las pasiones del hombre y le brinda con el cebó a su ambición y a su soberbia? Ella proclamó la libertad, palabra mágica de que siempre se vale para engañar y seducir, y dijo al hombre: tú eres libre, nadie tiene derechos sobre ti, nadie es más que tú; tú eres igual a los demás, y tienes los mismos derechos que todos: y he aquí que los que nada tenían, ni nada eran, quisieran tenerlo y serlo todo, y en su sed de derechos se han arrojado ciegos al oro, al mando y a los honores, rompiendo tradiciones y costumbres, atropellando preceptos y leyes, y haciendo buenos todos los caminos.
- De aquí la perturbación y el desconcierto que reina por todas partes, la inmoralidad y corrupción en que vivimos.
- De aquí la discordia y división entre
los hombres, el desbordamiento de las clases, la formación de tantos partidos
políticos y de tantos grupos sociales; las aspiraciones de los unos y las
exigencias de los otros, tan soberbias, tan ambiciosas, tan temerarias y tan funestas
todas. De aquí que el pobre desconozca el derecho de propiedad en los que
tienen, y aspire a poseerlo él; que el vasallo se rebele contra el principio de
autoridad, y al mismo tiempo pretenda erigirse en poder, y que hasta el
ignorante y torpe se pronuncie contra las verdades y la ciencia, y proclame, en
son de sabio, su ignorancia y sus errores; y como estos deseos y aspiraciones;
son un crimen, que las leyes divinas y humanas condenan, por eso hay que romper
con ellas y rebelarse contra el cielo y contra la tierra; y como son también un
imposible que choca, contra el orden natural de las cosas, por eso ese orden
hay que combatirlo y trastornarlo. Esta, es, pues, la revolución, esta, y no
otra: todo soberbia y ambición, aquella misma ambición y soberbia que hizo caer
a Lucifer del cielo al abismo, aquella que la serpiente infundió en Adam
haciéndole perder el Paraíso, y condenó a la humanidad a la miseria y a la
muerte; y aquella, en fin, que tantas veces ha trastornado al mundo.
- Ante
el estado en que nuestra patria se encuentra y el espectáculo que la sociedad
ofrece, víctimas de la revolución cada día más poderosa y dominante: al mirar
trastornados y casi deshechos los elementos de gobierno, de justicia y de
orden, al contemplar rotos los sagrados frenos de la religión divina, agitadas
y descompuestas las ideas, y al hombre en rebelión abierta contra la saciedad,
contra la naturaleza, contra su razón, contra sí mismo y contra el mismo Dios,
exclaman muchos llenos de admiración y espanto; ¿Adónde vamos a parar?... Esta
pregunta, se hacen unos a otros y la oímos repetir todos los días, y todos
temen por su religión, por su patria, por sus intereses, por sus familias y sus
hijos; todos creen divisar un porvenir de llamas y desangre, todos sienten y
perciben más o menos, según su posición, los rudos combates que los Gobiernos con
sus leyes, los partidos con su política, las sectas con sus doctrinas y cada
hombre con sus aspiraciones, dirige a la nave social en que todos navegamos,
haciéndola zozobrar como barquilla sin brújula ni piloto, en mar alborotado,
pretendiendo remolcarla y sacar de quicio para asentarla en vano sobre los
nuevos y falsos fundamentos de sus mentiras y teorías, y para en realidad
explotarla y consumirla.
- ¿A
dónde vamos a parar? se repiten continuamente, y a esta pregunta contestan unos
callando porque titubean entre el temor y la esperanza, dudan entre la
fatalidad y la providencia; y otros aseguran desde luego que vamos derechos al
abismo, porque no creen en milagros ni encuentran en lo humano remedio alguno posible.
- A
estos tales queremos nosotros dirigir nuestra voz amiga, y decirles que una de
dos, o ha sonado la hora del fin del mundo, o si no debemos estar seguros de
que la verdad, la religión y la justicia han de quedar de nuevo triunfantes de
la revolución, porque ésta no tiene otro poder ni otra virtud, no significa
otra cosa que el brazo de la justicia divina que castiga con ella a los pueblos
libres, desenfrenados y… ¡Ay de la revolución el día en que Dios se dé por
satisfecho! ¿Cómo hemos de dudar nosotros los que creemos en Dios y le
confesamos infinito y poderoso, autor de todas las cosas y conservador del
universo, los que profesamos la fe y la doctrina santa de su Divino Hijo, y
tenemos por infalibles sus palabras y por tan seguras sus promesas; los que en
fin, nos reconocemos deudores de tantos beneficios y vemos la mano de la
Providencia en todo, cómo hemos de dudar ni un instante de que las puertas del
infierno jamás prevalecerán contra la Iglesia Santa de Cristo, dé que Satanás ha
de ser confundido siempre, los soberbios humillados y el error vencido?
¿Podremos pensar jamás que Dios Padre, tan bondadoso, ha de desamparar a sus
hijos; Pastor tan celoso, ha de dejar perecer su rebaño, abandonándole a las
garras del sangriento lobo?. ¿Ni como figurarnos nunca, que, al Rey de los
reyes, al Señor de los señores, al que asentó todas las cosas y dio leyes a la
naturaleza y al hombre, han de imponérsele jamás los poderosos ni los magnates,
ni menos los miserables ni nadie de la tierra? No hay, pues, que tener miedo a
la revolución, en cuanto a lo duradera, porque ella se ha levantado contra
Dios, y Dios la ha de confundir y aplastar cómo a la serpiente del Paraíso.
- Los
designios de Dios son incomprensibles, su Providencia es grande, y así vemos
cómo de los males saca bienes, del mismo modo que hizo brotar la luz de las
tinieblas y crio al mundo de la nada.
- Su
Providencia está en todas partes, como estuvo en la caída del hombre para
depararle un Redentor, y como en la misma revolución podemos verla, para
traernos un Salvador que, levantando el pendón santo de la fe, capitanee el
ejército de Cristo, y de a Satanás la batalla.
- Apenas
dio sus primeros gritos la revolución, apareció D. Carlos, sorprendiendo a
todos este suceso, porqué, apenas nadie tenía de él, noticias: esto era
providencial.
- Y
ese D. Carlos era por derecho rey de España y católico por excelencia,
circunstancias precisas que sólo él reunía y le hacían digno y le señalaban
para acometer la empresa a que el cielo le destinaba.
- Y
el partido Católico-carlista, a quienes todos creían caduco y extinguido,
empezó a robustecerse y a cobrar poderío cosa providencial y admirable, bajo
los auspicios de la revolución misma y al compás de su mismo paso. - Y los que
creían letra muerta nuestras antiguas leyes y costumbres, nuestros cultos,
nuestras doctrinas y creencias, los que decían y sostenían que ya los tiempos
eran otros, que las ideas ¡pobre idea! habían cambiado, han tenido que ver a su
pesar surgir de todas partes individuos de todas clases, pobres y ricos, jóvenes
y viejos, familias enteras, asociaciones, ejércitos, desmintiendo aquella pobre
idea y proclamando y defendiendo á su Dios, a su Patria y a su Rey; ésa vieja
bandera, símbolo de todo eso que aseguran quedó enterrado en el sepulcro de
nuestros abuelos; no, que esos sentimientos son la llama viva, el fuego santo
que no se apaga jamás y arderá siempre en el pecho de todos los hijos de
Pelayo, de todo católico puro y de todo español verdadero.
- Dios Patria y Rey: ésta fue la bandera de nuestros
padres y ésta es la nuestra: izada está ya en las manos de don Carlos; ya está
deslindado el campo, la guerra declarada y la arena abierta. ¿Qué debemos,
pues, hacer todos los que lloramos las desgracias de la Patria y vemos a
nuestros enemigos sacrificarla; los que sufrimos los atropellos y desmanes de
la revolución; los que tememos por nuestros intereses, nuestras familias y
nuestro porvenir; los que nos confesamos católicos, apostólicos, romanos, hijos
fieles de Cristo y dignos hijos de nuestros padres; los que amamos nuestra religión
sacrosanta, nuestra España, nuestras tradiciones y nuestras glorías; los que anhelamos,
en fin, días de justicia, de paz y de ventura?. No hay otro camino que levantar
nuestros ojos al cielo, y poseídos de fe pura y llenos de esperanza santa,
abrazarnos a la bandera de Dios, Patria y Rey como única tabla salvadora que se
ofrece a la sociedad en medio del cenagoso piélago en que nada.
- ¿Y
hemos de ser tan cobardes que temamos a nuestros enemigos, cuando Dios está de
nuestra parte y por Dios peleamos? ¿Hemos de ser tan tibios que la gloria de
Dios y la fama nuestra no nos impulse y excite? ¿Y hemos de ser tan débiles que
desmayemos a los golpes en que hemos de probar nuestra constancia y nuestra
fortaleza? ¿Ni hemos, en fin, desertan incrédulos que dudemos de la victoria?
Arrojémonos pues todos a la lucha, opongamos a las armas de nuestros enemigos
nuestras armas, menos la intriga, la traición, el insulto, la calumnia, que
ellos solos usan: contrarrestemos su temeridad con nuestro valor, sus gritos
con nuestros gritos, sus doctrinas con nuestras doctrinas; peleemos
indistintamente todos, los unos con la espada, los otros con la pluma y cada
cual con lo que pueda; y de este modo, volvemos a decirlo, o la hora del fin
del mundo ha sonado, o Dios ha de confundir a los enemigos de su causa y ha de dar a los suyos
la victoria.= P. R.= Badajoz 2 de Octubre de 1872. Correspondencia particular
de “La Esperanza”.
ADDENDA, ADICIONES Y COMPLEMENTOS SOBRE LAS TEMÁTICAS Y MOTIVOS REFERIDOS EN EL ARTÍCULO. (POR JUAN EMILIO PRADES):
BIBLIOGRAFIA, WEBGRAFÍA Y FUENTES DOCUMENTALES:
ARCHIVO FOTO-IMAGEN:
Imágenes cedidas por J. E. Prades Bel.
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